Hace tres meses tomé una decisión que hace años me hubiera parecido impensable: abandoné Windows después de más de dos décadas de uso y me pasé a MacOS. Como usuario avanzado de tecnología, siempre había defendido el ecosistema de Microsoft, pero la curiosidad y las constantes recomendaciones de colegas me llevaron a probar un MacBook Pro M1.
La transición no ha sido fácil, pero sí reveladora. Hay aspectos de Apple que me han enamorado desde el primer día, y otros que todavía me hacen añorar ciertas funcionalidades de Windows. Si estás pensando en dar el salto o simplemente tienes curiosidad por saber cómo es cambiar después de tanto tiempo, aquí te cuento mi experiencia detallada.
Lo que más me ha gustado de MacOS
La fluidez y optimización del sistema
Desde el primer encendido, noté algo que en Windows solo experimentaba con equipos recién formateados: una fluidez constante. MacOS está increíblemente optimizado para el hardware de Apple, especialmente con los chips M1 y superiores. No hay lentitud al abrir aplicaciones, los gestos multitarea funcionan a la perfección y el sistema no se ralentiza con el tiempo.
Otro punto destacable es la gestión de memoria. En Windows, con 16GB de RAM a veces sentía que el equipo se ahogaba al tener varias pestañas de Chrome y algún programa pesado abierto. En MacOS, con la misma cantidad de memoria, el rendimiento es notablemente superior.
La integración con otros dispositivos Apple
Si tienes un iPhone, iPad o Apple Watch, la experiencia es simplemente mágica. Poder responder mensajes desde el Mac, copiar en el iPhone y pegar en el ordenador, o desbloquear el portátil con el reloj son detalles que, aunque parecen pequeños, cambian completamente la forma en que trabajas.
La Continuity Camera es otra función que me ha sorprendido. Usar la cámara del iPhone como webcam en el Mac no solo mejora la calidad de las videollamadas, sino que demuestra el nivel de integración que Apple ha logrado en su ecosistema.
La duración de la batería
Con el MacBook Pro M1, la duración de la batería es algo que todavía me asombra. En Windows, incluso con portátiles de gama alta, era normal cargar el equipo al menos una vez al día con un uso moderado. Ahora, con el Mac, puedo pasar dos días completos sin necesidad de enchufarlo, incluso con un uso intensivo de aplicaciones como Final Cut Pro o Photoshop.
Lo que menos me ha gustado (y lo que echo de menos de Windows)
La curva de aprendizaje
Aunque MacOS es intuitivo, hay muchas cosas que se hacen de forma diferente a Windows, y eso puede ser frustrante al principio. Cosas tan simples como maximizar una ventana o cerrar aplicaciones requieren un tiempo de adaptación.
El Finder, aunque potente, no es tan versátil como el Explorador de Windows. Echo de menos funciones como copiar la ruta de un archivo directamente desde la barra de direcciones o la posibilidad de previsualizar más tipos de archivos sin abrirlos.
La compatibilidad con algunos programas
Si bien la mayoría de aplicaciones profesionales tienen versión para Mac, hay ciertos programas nicho (especialmente en el ámbito empresarial) que solo están disponibles para Windows. Tuve que buscar alternativas para algunas herramientas que usaba a diario, y aunque en general he encontrado sustitutos decentes, no siempre ofrecen las mismas funcionalidades.
Otro punto doloroso son los juegos. Aunque no soy un gamer hardcore, de vez en cuando me gusta jugar, y la oferta en Mac es significativamente menor que en Windows.
Conclusión: ¿Vale la pena el cambio?
Después de tres meses usando MacOS de forma exclusiva, puedo decir que el cambio ha valido la pena, especialmente por la fluidez del sistema, la duración de la batería y la integración con otros dispositivos Apple. Sin embargo, no es una transición que recomendaría a todo el mundo.